El juego ilegal se multiplica a través de transmisiones en vivo por las redes sociales y muchos vecinos desconfían y otros acceden.


Nadie controla a los organizadores, que no declaran las ganancias, no facturan y ni siquiera están obligados a entregar los premios. Un fenómeno que explotó con la pandemia, tras el cierre de los casinos. Las transmisiones cuentan con miles de comentarios y gente que hace depósitos sin pensar.
El pago puede hacerse por transferencia o con alguna plataforma del celular. En los bingos se venden las apuestas en algunos casos a 100$ y ofrecen premios de 1000$.
No hay fiscalización ni pruebas de que no sea una estafa. Sin embargo la gente participa.
Y paga. El mecanismo se parece al de esos personajes de las esquinas que juegan a engañar incautos con tres tasas y una pelotita que va pasando de una tasa a la otra. Siempre hay un compinche que apuesta y parece ganar: es el anzuelo para que otro también arriesgue. Lo mismo ocurre con este «entretenimiento» que -aprovechando el encierro que padecen muchas personas por la pandemia- han empezado a colonizar los grupos de Facebook de la provincia.
Esos bingos podemos decir que son ilegales, ya que los organizadores podrían ser sancionados por el artículo 301 bis del Código Penal, donde se lee que “será reprimido con prisión de 3 a 6 años el que explotare, administrare, operare o de cualquier manera organizare, por sí o a través de terceros, cualquier modalidad o sistema de captación de juegos de azar sin contar con laautorización pertinente emanada de la autoridad jurisdiccional competente” (fuente: El Nacional de Matanza).