Televisión como tribunal: disciplinamiento y cancelación del disenso en el prime time

El episodio ocurrido en el programa de Eduardo Feinmann, donde fue interrumpida y expulsada del aire la militante estudiantil Isabel González, presidenta del centro de estudiantes de Filosofía y Letras de la UBA y referente del Frente Patria Grande, no fue un exabrupto: fue un acto de disciplinamiento simbólico en horario central, con una carga pedagógica que excede lo televisivo. Por: Sebastián «Tecla» Farias.

La escena —un conductor que llama al orden, una joven que incomoda con su tono y un influencer oficialista que permanece como voz legítima— condensó una estructura de poder donde la televisión opera como tribunal más que como foro democrático. En palabras del sociólogo Pierre Bourdieu, este tipo de poder simbólico “impone una visión legítima del mundo” y establece los límites de lo decible. González no fue solo interrumpida por hablar fuerte: fue expulsada por salirse del guion de lo tolerable.

La escena como construcción de legitimidad

A primera vista, el formato prometía un “debate”: posiciones opuestas, voces juveniles, actualidad política. Sin embargo, las reglas del juego estaban dadas de antemano. El conductor no moderó, sentenció. El énfasis no estuvo en los argumentos sino en la forma —en cómo se habla, cuánto se interrumpe, qué tono molesta—. Se juzgó menos lo dicho que quién lo decía y desde qué lugar político.

 

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 En este punto, es útil retomar a Jürgen Habermas, quien advirtió que el espacio público debe ser un ámbito de deliberación entre interlocutores libres, y no un entorno donde uno impone su poder para invalidar al otro. “El poder necesita del atributo de la publicidad”, decía en Historia y crítica de la opinión pública, “pero esa publicidad debe servir al bien común, no a la humillación del adversario.”

González fue tratada no como una interlocutora legítima, sino como una anomalía que debía ser corregida. Una pedagogía de la expulsión que se transmite en directo.

El dispositivo Feinmann: más que un cruce televisivo

El efecto excede a los protagonistas. Al expulsar a González y sostener a Gutiérrez como polo “razonable”, se escenificó un orden discursivo binario: el joven libertario, prolijo, digitalizado, celebrable; la estudiante de izquierda, apasionada, cuestionadora, “mal educada”.

El académico chileno Juan Pablo Silva-Escobar sostiene que “la televisión selecciona lo que amplificará del mundo social. No es un espejo, es un megáfono con filtro.” En este caso, lo amplificado no fue el intercambio de ideas, sino el acto de disciplinar en vivo a quien incomoda.

El lenguaje corporal de Feinmann, su tono didáctico, el cierre unilateral de micrófonos y el remate moralista no fueron gestos personales: fueron actos institucionales desde un lugar de autoridad simbólica. Y como toda autoridad, deja huella.

Un juicio sin alegato

¿De qué se hablaba en ese programa? Del país, de la economía, del conflicto universitario. ¿Qué quedó en el recorte viral? Una chica a la que se la echa del aire por “maleducada”. El contenido se subordinó al gesto de castigo. La política se transformó en espectáculo. Y como advierte el sociólogo Gabriel Vommaro, “la duda se castiga”.

La escena funciona así como un mensaje implícito a toda una generación: si tu modo de hablar no encaja, si tu forma de militar incomoda, serás cancelado no solo por redes, sino por medios que naturalizan el escarnio.

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