Evocando a Borges se pude parafrasear que “parece mentira que nació el Tortoni/ lo juzgo tan eterno como el agua y el aire”. Por: Federico Guerra*
El Tortoni es y será el Café de Buenos Aires. El más antiguo de todos y con más historia que el resto. Nació en 1858 y sigue vivo generando aromas y sabores: mezcla de café, letras, poemas, tangos y tertulias.
Eso sí, a mediados de 1800 la Ciudad era otra, distinta, en la cual el porteño se perfilaba como un perfecto europeo. En el Tortoni se juntaban todos, siempre hombres, que gritaban y reían, secreteaban y lloraban.
Su fundador Jean Touan era francés, y el café que fundó le robó el nombre al más importante de París: “Café Tortoni”. El origen fue en Esmeralda esquina Rivadavia, al lado del Hospital Francés.
1890 llegó con cambios: de dirección y de dueños. La nueva ubicación fue en Rivadavia 826 y su nuevo dueño, Celestino Curuchet (también francés). Las modificaciones salvaron al Tortoni de desaparecer ya que centenares de cafés porteños cerraron sus puertas hacia 1870.
Llega la Avenida de Mayo…
Su anclaje definitivo es en Avenida de Mayo 829, donde quedó para siempre. Muy poco faltaba para despedir el siglo XIX, cuando el Tortoni abrió una salida por esta avenida (además de la ya existente por Rivadavia 826).
Los cambios progresistas avanzaban en la Capital Federal. El intendente porteño Torcuato de Alvear inició un plan de apertura de calles y avenidas; y por esas historias que “la Historia” tiene, el Café Tortoni quedó con dos salidas: la de Rivadavia y la flamante por Avenida de Mayo.
Ya en 1900 era considerado “Un viejo gran Café”, con clientela distinguida y de alto nivel cultural. Allí se cultivaba la amistad y la palabra. El Café se convertía en un espacio social de distracción, de búsqueda y de espera…
Sus mesas, su iluminación tenue, sus características columnas, sus sólidas sillas sirvieron para modelar un estilo de encuentro donde en el que se pensaba en voz alta y se soñaba despierto.
No era un “cafecito” de arrabal donde sólo se escuchaba tango y se contaban historias tórridas enmadejadas con sórdidas noticias del suburbio; no, el Tortoni era fino, distinguido, elegante y culto.
Lecturas fluidas de diarios y revistas, mesas de billar y reflexiones profundas. Lugar para la escritura de cuentos y ensayos, poesías y novelas.
Ya en la década del ’20 Celestino Curuchet rozaba los 90 años, y lejos de retirarse fundó la “Peña del Tortoni” con ese gentío mágico y literario. Los artistas y literatos la inauguraron en septiembre 1925; pero se abrió sin Curuchet quien falleció poco antes.
En 1943 la Peña deja de funcionar. La Capital cambia su rumbo, su latido, su fisonomía y su cultura. Pero el Café no se detiene y el tránsito por sus mesas es acompañado de clásicos de la casa: chocolate con churros y leche merengada para el invierno, “Naranjín” y cerveza para el verano.
Sus actuales dueños intentan día a día recuperar la esencia del café que fundara el parisino Touan a mediados de 1800.
Hoy, se expone la historia del Café a la entrada del Tortoni y se vislumbran homenajes a los asistentes de siempre: Cesar Tiempo, lleva por nombre la biblioteca y Alfonsina Storni una sala de lecturas. También se recuperó la Bodega, donde se realizan eventos culturales.
En sus mesas se sentaron: Julián Centeya, Julio de Caro, José Gobello, Horacio Ferrer y tantos nombres que supieron escribirle a Buenos Aires desde música de tangos, letras bohemias y poemas enfermizos hasta pasiones desgarradas o “chamuyos” en lunfardo (idioma reo del suburbio).
El Tortoni: tan de ayer como de hoy. Tan de siempre y tan porteño.
*el autor es periodista, investigador, historiador y escritor