Terror en Lanús Este: el hogar de un familiar de Nahuel Molina, escenario de una violenta entradera

Lo que debía ser una noche tranquila se volvió un escenario de violencia extrema para Claudio Occhiuzzi, suegro del futbolista mundialista Nahuel Molina. Aunque los titulares se centran en el vínculo con la Selección Argentina, el episodio refleja algo más profundo: la fragilidad del espacio doméstico ante el avance del delito armado.

Cuatro individuos ingresaron violentamente al hogar de Occhiuzzi, armados y sin margen para negociar. No buscaban una vivienda cualquiera: según fuentes policiales, el vehículo de los agresores ya estaba vinculado a una causa previa por robo agravado, lo que sugiere una escalada de acciones cada vez más impunes.

La irrupción de las fuerzas de seguridad terminó con un tiroteo en plena zona residencial, generando pánico entre vecinos. La secuencia, captada por cámaras municipales, derivó en una persecución que culminó con tres detenidos. Dos de ellos contaban con órdenes de captura vigentes por delitos similares.

“Me gatillaron en la cabeza. Pensé que me mataban”, relató Occhiuzzi con visible conmoción. Sus palabras no solo expresan el horror vivido, sino también el trauma que dejan estos hechos, incluso cuando no culminan con víctimas fatales.

Entre los elementos encontrados en poder de los atacantes había armas de grueso calibre, herramientas para forzar cerraduras y “miguelitos” metálicos, utilizados para inutilizar patrulleros. La sofisticación del equipamiento evidencia una logística criminal consolidada, que sobrepasa el delito improvisado.

La causa está a cargo de la fiscal María Alejandra Bonini, quien coordina las actuaciones desde la UFI descentralizada de Ituzaingó. Mientras la investigación sigue su curso, la pregunta que emerge con fuerza es cómo devolver seguridad a zonas que, cada vez más, parecen vulnerables al crimen organizado.

Este caso, por su cercanía al mundo deportivo, ocupa espacios mediáticos; pero la violencia de cada entradera anónima exige la misma atención. Porque el miedo —ese que se cuela hasta en la sobremesa— no distingue apellidos, profesiones ni barrios.

En Data Conurbano nos interesa tu opinión

Deje su comentario aquí
Ingrese su nombre