Del disfrute al vacío: la delgada línea entre placer y adicción

Desde su experiencia, el Dr. Eduardo Henderson, Director de Adicciones de FISP, reflexiona sobre cómo el placer puede transformarse en un mecanismo de escape. Advierte que la adicción no solo modifica la química cerebral, sino también los vínculos, el trabajo y la vida familiar, borrando los límites entre disfrute y sufrimiento.

Según el Dr. Eduardo Henderson, Director de Adicciones de la Fundación Iberoamericana de Salud Pública (FISP), no toda persona que prueba una sustancia se convierte en adicta. Sin embargo, cuando el uso se vuelve abuso o dependencia, el placer deja de ser tal: el cerebro comienza a necesitar más para sentir lo mismo, y el consumo pasa de ser elección a compulsión.

Un 75% de quienes lo hacen se califica el hecho de “USO”. Un 25% de “ABUSO” y un 5% tienen “DEPENDENCIA” (son adictos). Tanto quienes hacen abuso como dependencia están en un problema. ¿Qué producen las sustancias? Desde un punto de vista neurobiológico hay una compulsión o deseos de consumo, tolerancia y abstinencia (neuroadaptación). Se trata de un sistema de recompensa “promoviendo placer o aliviando el displacer”, a través del efecto de neurotransmisores como dopamina y glutamato e inhibidores.

El consumo crónico trae cambios en la liberación de dopamina. Cuando el consumo se vuelve problemático el efecto perjudica a la persona, su ámbito laboral (generando costos a la Institución), aumentan las inasistencias, disminuye la productividad, se incrementa el riesgo de accidentes laborales y progresivamente aumenta un deterioro de los lazos interpersonales. Familiarmente hay una afectación emocional, un impacto financiero y se distorsionan las relaciones familiares. Esa al principio delgada línea, lleva a que el consumo prolongado no solo afecta a nuestras percepciones y comportamientos, sino que también deja su huella en nuestro cerebro de una manera que puede ser difícil de revertir.

La adicción tiene un impacto negativo en la salud física de los familiares. El estrés, el miedo y la preocupación excesiva, terminan provocando insomnio, ansiedad o depresión. En consecuencia, queda debilitado el sistema inmunológico, lo que puede provocar problemas de salud importantes.

Además, la adicción tiene un impacto social: puede acabar provocando aislamiento social en la familia, ya que suelen sentirse avergonzados o con sentimiento de culpa. En un primer momento, resulta difícil hablar del problema con los demás. De alguna forma, la familia tiene que lidiar con el estigma asociado a la adicción.

La disminución de la capacidad de las drogas para generar sensaciones placenteras hace que estas se vuelvan menos gratificantes con el tiempo. Este hecho, junto a los estados disfóricos que se manifiestan en ausencia de la sustancia, conduce a escaladas en el consumo con la finalidad de autotratar dicho malestar.

La pregunta que surge es si esa delgada línea es cruzada por la sustancia, el sujeto o la sociedad (entorno que rodea al sujeto). Claramente, la sustancia siempre puede de una u otra manera estar. Lo importante es el sujeto inmerso en un entorno que le puede jugar repulsivo, exigente, invasivo.

La conclusión del Dr. Henderson es que el consumo continuado de ciertas sustancias puede tener consecuencias físicas, mentales y sociales graves, y alterar la manera en que nuestro cerebro experimenta el placer y el dolor. No es de extrañar que la adicción a las drogas haga tocar fondo. Aunque se disfracen como aliadas para sobrellevar los problemas, acaban convirtiéndose en el mayor de ellos.

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Sobre FISP

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Además de su labor académica, FISP es un multimedio que produce contenido audiovisual en redes sociales, abordando temas de salud, bienestar y actualidad. A través de sus programas y entrevistas, la Fundación busca concientizar y educar a la sociedad sobre la importancia de la salud pública, brindando información clara y accesible para todos.

Sobre el Dr. Eduardo Henderson

Cirujano. Director de Adicciones de la Fundación Iberoamericana de Salud Pública (FISP).

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