Entre pactos, urgencias y supervivencias: el PRO frente a su encrucijada

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En medio de cierres de alianzas y campañas superpuestas, el PRO define su futuro político desde el margen: acuerdos sin logos, bancas negociadas y una supervivencia que ya no depende de su fuerza propia, sino de su capacidad para diluirse estratégicamente. Por: Sebastián «Tecla» Farias.

La campaña bonaerense ya está en marcha, pero el calendario nacional corre con su propio reloj. El 7 de agosto se cierran los frentes para las legislativas nacionales, y el 17 las candidaturas. En ese breve lapso, los partidos deberán definir no solo con quién compiten, sino también quiénes los representan. Y en ese juego, el PRO aparece como un actor que ya no marca el ritmo, sino que corre detrás de él.

El acuerdo entre La Libertad Avanza y el PRO en CABA, con boleta violeta y sin logos amarillos, es más que una alianza táctica: es una señal de época. El PRO, que supo ser sinónimo de marca, gestión y liderazgo, hoy negocia espacios en listas ajenas, resignando visibilidad para no quedar fuera del reparto legislativo. ¿Es esto pragmatismo o principio de disolución?

La pregunta no es menor. Porque si el PRO no acuerda, se arriesga a diluirse en un escenario donde la polarización ya no es entre dos grandes bloques, sino entre figuras con peso propio y estructuras flexibles. En ese sentido, la supervivencia del PRO parece depender más de su capacidad de adaptarse que de resistirse. Pero adaptarse implica ceder: símbolos, lugares, narrativa.

Mientras tanto, en la provincia de Buenos Aires, el peronismo busca consolidar su hegemonía territorial bajo el sello Fuerza Patria, mientras los libertarios y sus aliados amarillos intentan construir una alternativa competitiva. Y lo hacen en simultáneo con la campaña nacional, lo que genera una superposición de discursos, candidatos y estrategias. En definitiva, la nacionalización de la discusión electoral provincial, seccional y municipal.

Este solapamiento puede ser una oportunidad o una trampa. Porque si los mensajes no se alinean, la confusión puede jugar en contra. Pero si se logra una narrativa coherente —una que explique por qué el PRO aparece en algunas boletas pero no en otras, por qué apoya sin figurar— entonces quizás sobreviva como fuerza parlamentaria, aunque ya no como identidad política.

Además, los números son contundentes:

• En septiembre, la provincia de Buenos Aires renovará 23 senadores provinciales y 46 diputados provinciales titulares, además de concejales y consejeros escolares.

• En octubre, a nivel nacional, se pondrán en juego 127 bancas en la Cámara de Diputados y 24 en el Senado, distribuidas entre ocho distritos.

En definitiva, el PRO enfrenta su momento más delicado desde su fundación. No está en juego solo cuántos diputados consigue, sino si logra seguir siendo algo más que un recuerdo de lo que fue.

El PRO y su pacto con la irrelevancia 

En un país donde los ciclos políticos suelen tener largos recorridos antes de consolidarse, el PRO fue la excepción. Nacido formalmente en 2005, logró en apenas una década conquistar la jefatura de gobierno porteña, la presidencia de la Nación y convertirse en el eje de un frente electoral competitivo como Juntos por el Cambio. Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Patricia Bullrich —figuras que definieron no solo estilos de gestión, sino también nuevas narrativas electorales en la Argentina post-2001.

Su impronta tecnocrática, con énfasis en la eficiencia, la obra pública y la comunicación, marcó un quiebre frente al modelo kirchnerista. Y aunque muchas de sus promesas quedaron a mitad de camino, el PRO supo capitalizar el voto urbano, la demanda de institucionalidad y el hartazgo con el ciclo peronista.

Sin embargo, desde la derrota de 2019, su trayectoria entró en un terreno incierto. Disputas internas sin resolver, personalismos crecientes, y una incapacidad para renovar liderazgo y discurso lo fueron arrinconando. El paso de Larreta a la moderación, el endurecimiento discursivo de Bullrich, la fuga silenciosa de Vidal hacia nuevos destinos, y la insistente centralidad de Macri en todos los debates son síntomas de una fuerza que no logra transformarse.

Hoy, el PRO se enfrenta a un dilema existencial: o negocia bancas y espacios desde la sombra de otros liderazgos —como el acuerdo con La Libertad Avanza— o arriesga desaparecer como fuerza electoral significativa. Lo que fue un partido que representó el orden frente al caos, hoy se ve enredado en sus propias contradicciones, y obligado a pactar sin figurar para no quedar fuera.

Tal vez su mayor logro fue también su condena: haber llegado muy lejos, muy rápido. Y en Argentina, el vértigo también desgasta.

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