
La reciente condena a Cristina Fernández de Kirchner no solo impacta en el escenario político: también se cuela en nuestras charlas cotidianas, en nuestras frustraciones más cercanas y en las preguntas que a veces esquivamos. La legisladora bonaerense Constanza Moragues Santos, de Unión Renovación y Fe, lo expresó de manera punzante en sus redes sociales: “¿Nos hace menos corruptos una Cristina presa o todo sigue igual?” Por: Sebastián «Tecla» Farias.
Esa frase dispara una reflexión que excede lo partidario. Porque no estamos planteando una toma de posición sobre la figura de Cristina y el fallo judicial, sino un análisis más amplio, casi íntimo, que surge de la vida común: el vecino que se queja de las reglas, el no respeto a las condiciones, del servicio público sobrefacturado, de los trámites donde siempre hay un “gestor” que resuelve más rápido, de la avivada.
¿Cuánto de eso aceptamos como si fuera normal? ¿Cuánta corrupción encubierta naturalizamos todos los días?
Sí, hay avances judiciales importantes, y esperemos que esto sea para todos, dejando de lado la bandera política, investigar donde realmente hay que investigar sin miramientos y sin favoritismos, sin transa, con investigaciones y causas reales y probadas. Pero si las reglas que rigen nuestra vida cotidiana siguen torcidas, si los controles no controlan, si los privilegios se acomodan, si el amiguismo resuelve más que la norma, entonces hay algo más profundo que no se corrige con un fallo, por firme que sea.
La corrupción estructural no es solo una cuestión de altos cargos o tribunales: atraviesa lo estatal, lo privado y, muchas veces, lo social. Se cuela en la ventanilla, en la licitación, en la “viveza”, en el “así funciona”.
Por eso creo que vale la pena preguntarnos, sin bajar líneas ni haciendo referencia a ningún color político: ¿Sirve como símbolo una condena si lo cotidiano permanece intacto? ¿Podemos hablar de justicia si no exigimos transparencia en lo cercano?
Esta reflexión, que parte de un caso resonante, es también una invitación a revisar nuestras prácticas, nuestras tolerancias y nuestro umbral de indignación. Porque la verdadera transformación no viene solo desde arriba, sino desde la forma en la que cada uno de nosotros decide relacionarse con lo público.
Indudablemente la detención de Cristina nos haría menos corruptos, ya que ver una ex presidenta, consciente o inconscientemente nos haría menos corruptos, ya que si le toco a ella a nosotros simples mortales quizás la pasaríamos un poco mal.
Me animo a una reflexión, porque no somos más corruptos? así tendríamos más impunidad o algún beneficio secundario y este es el momento crucial, donde nos espera un dilema indisoluble, para lo cual.planteo dos premisas:
Primera Si tuviéramos capacidad de delinquir, LO HARIAMOS O NO ?
Segunda : A nosotros nos molestan los políticos corruptos, o lo que nos irrita es no poder ser parte de sus fechorias?