Peronismo: 80 años de lealtades, rupturas y reinvenciones

El 17 de octubre de 1945 fue más que una movilización obrera: fue el nacimiento de una gramática política que aún hoy interpela a la Argentina. Ocho décadas después, esa fecha vuelve a la escena pública en medio de una crisis económica feroz, una ofensiva liberal en el gobierno nacional, y una interna peronista que ya no se resuelve en la Plaza, sino en múltiples laberintos. Por: Sebastián «Tecla» Farias.

Este año, la conmemoración se bifurca: la CGT convocó a un acto institucional (un día antes), acto encabezado por el gobernador Axel Kicillof y el MDF en la Quinta de San Vicente, mientras sectores kirchneristas marcharán hacia el domicilio de Cristina Fernández de Kirchner, en arresto domiciliario. La imagen es potente: el peronismo vuelve a caminar, pero no hacia el poder, sino hacia una memoria herida.

¿Quién habla en nombre del peronismo?

La pregunta no es menor. En un movimiento sin liderazgo claro, los discursos se multiplican:

• Axel Kicillof apela al contrato social perdido, buscando anclar el peronismo en la gestión territorial.

• Máximo Kirchner reactiva la palabra “resistencia”, en un gesto que recuerda al peronismo proscripto.

• Juan Grabois interpela desde los márgenes: “El peronismo tiene que volver a mirar a los pobres, no a los bancos”.

• Los sindicatos, entre la moderación y la confrontación, sostienen la calle pero no logran sintetizar una narrativa común.

• Los intendentes, especialmente del conurbano bonaerense, operan como custodios del territorio y del voto. Sin liderazgo nacional, muchos se convierten en articuladores de poder local y gestores de la supervivencia peronista. Fernando Espinoza, Mayra Mendoza, Jorge Ferraresi, entre otros, encarnan una versión pragmática y territorial del peronismo.

Ecos del pasado: historia de una identidad en tensión

El peronismo nació entre la Plaza y el bombardeo. En 1955, aviones de la Marina bombardearon Plaza de Mayo para derrocar a Perón, dejando más de 300 muertos. La proscripción, la resistencia sindical, la ruptura con la juventud en los 70, la sucesión discutida aún con Perón vivo, y el golpe de 1976 marcaron una historia de lealtades y traiciones.

En democracia, el peronismo gobernó con matices: Menem y su giro neoliberal, Duhalde como piloto de tormentas, los Kirchner como refundadores del contrato social, y Alberto Fernández como síntesis fallida.

Hoy, Cristina Fernández de Kirchner —presa— encarna una figura que divide aguas: ¿víctima de lawfare o límite del ciclo?

¿Puede el peronismo volver a ser síntesis nacional?

La pregunta es incómoda, pero urgente. El peronismo enfrenta desafíos estructurales:

Fragmentación interna: sin una figura aglutinante, cada sector habla su propio idioma.

Desconexión generacional: los jóvenes miran hacia otras causas, y el peronismo no logra traducirse.

• Debilidad institucional: en el Congreso, la estrategia es reactiva, no propositiva.

Narrativa en crisis: el peronismo conserva poder territorial, pero su relato parece escrito en pasado.

Refundación, resistencia o síntesis

Este 17 de octubre no es solo una efeméride: es una interpelación. ¿Puede el peronismo volver a ser futuro? ¿Puede leer la Argentina sin repetir fórmulas? ¿Puede volver a ser movimiento antes que partido?

Como escribió Martín Rodríguez, ensayista, poeta y analista político, «la caravana hacia la casa de Cristina no es solo un gesto político: es una escena que condensa lealtad, dolor, y disputa por el sentido». En ese cruce entre memoria y presente, el peronismo se juega su posibilidad de refundarse.

Entre la liturgia y el laberinto

El peronismo no es solo una fuerza electoral: es una máquina simbólica, una narrativa en movimiento, una forma de leer —y de discutir— la Argentina. Su capacidad de reinventarse, de unir lo disperso o de discutir a cielo abierto, es parte de su ADN. A veces lo hace con épica, otras con pragmatismo, y muchas con contradicción.

El verticalismo, tan criticado como imitado por sus primos políticos, fue durante décadas su columna vertebral. Pero hoy, sin una conducción clara, el peronismo se ve obligado a ensayar algo más difícil: la horizontalidad con memoria, la discusión sin fractura, la síntesis sin obediencia ciega.

En tiempos donde la política se vuelve algoritmo y slogan, el peronismo conserva algo que no se puede copiar: su liturgia. La marcha, los dedos en V, el bombo, la Plaza, el 17 de octubre como fecha fundacional. Son símbolos que no solo remiten al pasado, sino que interpelan el presente. No son decorado: son lenguaje.

Este 17 de octubre, más que una efeméride, es una escena abierta. Una oportunidad para que el peronismo vuelva a ser lo que mejor supo ser: una lectura viva de la Argentina, capaz de nombrar lo que duele, lo que falta y lo que puede volver a ser.

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