
El Presidente acepta la dimisión en medio del escándalo por narcotráfico y blinda el proyecto oficialista bajo la máxima de «el fin justifica los medios». La crisis se convierte en una purga estratégica para salvar el mensaje de «cambio profundo». Por: Sebastián «Tecla» Farias.
La salida de José Luis Espert de la contienda electoral de Buenos Aires, en medio de acusaciones que lo vinculan al narcotráfico, no es simplemente una baja en una lista; es la aplicación de una cruda doctrina de supervivencia política ejecutada por el presidente Javier Milei. La respuesta del oficialismo fue un movimiento de ajedrez implacable: convertir una crisis de ética en una demostración de principios. Al aceptar la renuncia bajo la máxima de que “La Argentina está por encima de las personas”, Milei no solo purga un elemento comprometedor, sino que eleva su proyecto a una causa moral inmaculada (ver nota Espert renuncia a su candidatura y Milei refuerza el rumbo libertario: “La Argentina está por encima de las personas”).
La ficción necesaria y el costo del pragmatismo
El acto de Espert de «dar un paso al costado» para demostrar su inocencia es un gesto que, si bien apela a la honestidad individual, sirve perfectamente al realpolitik del oficialismo. El presidente Milei, enfrentado al riesgo de que la mancha del escándalo se adhiera a su narrativa de saneamiento, opta por la expulsión (no muy rápida) y justificada.
Este pragmatismo es la encarnación de la frase atribuida a Nicolás Maquiavelo en El Príncipe: “En la política se ve lo que pareces, no lo que eres.” Lo que importa acá no es la verdad judicial de Espert, sino la percepción pública de la pureza de La Libertad Avanza. El costo de mantenerlo en la lista superaba el beneficio de su apoyo, haciendo de su sacrificio una necesidad funcional. La ética cede ante la efectividad de la imagen.
El enemigo externo como cohesión interna
Tanto Espert como Milei han coincidido en señalar que esta denuncia es una “operación claramente orquestada” para descarrilar el proceso de cambio. Esta estrategia de apuntar a un enemigo externo es un clásico recurso de manual, utilizado para reforzar la cohesión interna y desviar el foco del problema de fondo (la corrupción o el vínculo delictivo) hacia la conspiración política.
La periodista y escritora Hannah Arendt analizó cómo los movimientos totalitarios utilizan la figura del enemigo para consolidar su poder. En este caso, el «enemigo» son las «fuerzas del statu quo» que no quieren el cambio. El mensaje es un llamamiento épico: «Aunque nos quieran ensuciar, no somos lo mismo». Esta retórica convierte a los líderes en mártires y al votante en un guerrero de la causa, blindando el proyecto frente a cualquier crítica o evidencia adversa.
El dilema del gran propósito y la agenda inminente
La frase presidencial, «Garantizar el cambio es más importante que cualquiera de nosotros», es la piedra angular del blindaje ideológico. Al subsumir la individualidad bajo el «gran propósito» (el cambio libertario), cualquier tropiezo personal se convierte en un simple obstáculo que debe ser superado por el bien colectivo de la nación. Este argumento nos remite a la filosofía de Max Weber sobre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. La cúpula de La Libertad Avanza actúa desde una ética de la responsabilidad hacia el proyecto: aunque la renuncia sea incómoda y dolorosa, es la acción correcta para preservar el fin último. Se sacrifica la parte (Espert) para salvar el todo (la coalición y su misión).
Ahora, el foco se desplaza al futuro inmediato. Resta saber qué rumbo tomará La Libertad Avanza en lo que resta de la campaña política de cara a las legislativas y, crucialmente, cómo gestionará Milei la narrativa públicamente. La próxima movida será clave: se espera la palabra del Presidente en un programa de La Nación + en las próximas horas, donde seguramente intentará cerrar el tema Espert y proyectar una imagen de control total.
Aún más significativo será lo que ocurrirá mañana lunes en el acto del Movistar Arena donde presentará su libro «La Construcción del Milagro». Este evento, concebido como una demostración de fuerza y popularidad, se transformará ahora en la primera gran puesta en escena post-crisis. El mensaje que emane de ese escenario —si es de purificación, de ataque a la «casta» o de reafirmación del plan económico— será la prueba de fuego sobre la efectividad del «sacrificio» de Espert. La narrativa oficialista no pide disculpas por el incidente, sino que exige lealtad al propósito superior, consolidando un liderazgo que se posiciona por encima de las contingencias humanas.
En última instancia, la renuncia de Espert es una declaración de intenciones de la presidencia: la lealtad al «cambio profundo» es la única divisa aceptable. La crisis se ha transformado en un ritual de purificación política, reafirmando que, en el ajedrez del poder libertario, el fin sí justifica los medios.