
Argentina viene de años donde el presente se volvió un loop de frustraciones. Crisis económica, inflación desbordada, deuda externa, polarización política, violencia institucional, descreimiento social. El país parece vivir en estado de excepción emocional, donde cada elección es una promesa de redención y cada gobierno ¿una decepción anunciada, o lo contrario? Por: Sebastián «Tecla» Farias.
Lo que no se resolvió fue lo estructural: pobreza, desigualdad, falta de planificación, crisis educativa, deterioro ambiental, violencia estatal.
En ese contexto, el acuerdo entre Javier Milei y Donald Trump aparece como un gesto que busca reconfigurar el tablero. Durante su visita a Nueva York, Milei recibió el respaldo explícito del presidente estadounidense, quien lo calificó como “amigo, luchador y ganador”. Pero más allá del gesto político, lo que se anunció fue un compromiso financiero concreto: Estados Unidos activaría un Fondo de Estabilización Cambiaria para ayudar a Argentina a enfrentar vencimientos de deuda por más de USD 10.000 millones entre 2025 y 2026.
El Tesoro norteamericano evalúa mecanismos como swaps, compras directas de divisas y préstamos bilaterales. Los mercados reaccionaron con optimismo: bajó el dólar, subieron los bonos. Pero el acuerdo también tiene un componente geopolítico: frenar la influencia de China en América Latina, especialmente en sectores estratégicos como minería, telecomunicaciones y créditos blandos.
La política se volvió espectáculo. Los partidos, clubes de fans. Los dirigentes, influencers. Y el pueblo, espectador cansado. En ese contexto, emergen figuras que canalizan el enojo, pero no siempre ofrecen respuestas. Se vota más por bronca que por esperanza. Más por lo que se quiere destruir que por lo que se quiere construir. En este sentido también se encuadra el ausentismo al cuarto oscuro.
Pero algo persiste. En cada barrio, en cada escuela, en cada comedor, hay redes que sostienen. Hay militancia silenciosa. Hay vecinos que se organizan. Hay docentes que enseñan sin recursos. Hay periodistas que narran lo que no se ve. Hay artistas que resignifican el dolor. Hay una Argentina que no sale en los medios, pero que existe.
La conclusión no es cómoda, pero es necesaria: no hay salvadores. No hay fórmulas mágicas. No hay atajos. Lo que hay es una tarea pendiente: reconstruir el sentido de lo político como herramienta de transformación. Volver a discutir modelos de país, no solo candidatos. Volver a pensar en comunidad, no solo en consumo. Volver a creer que la palabra puede más que el algoritmo.
Porque si algo aprendimos en estos años, es que sin participación, sin memoria y sin proyecto colectivo, el futuro se vuelve una repetición del pasado. Y los acuerdos, por más millonarios que sean, no alcanzan si no hay pueblo que los discuta.