
A pesar del clima de euforia que buscó transmitir el oficialismo, La Libertad Avanza perdió contra el ausentismo. Casi ocho de cada diez argentinos no eligieron a este gobierno, pero en la política actual, la imagen del triunfo vale más que el número de votos, y el oficialismo lo sabe.
Por: Martín Canay, dirigente Partido Socialista PBA
El domingo, en una maniobra tan calculada como inusual, La Libertad Avanza esperó a tener más del 90% de las mesas escrutadas antes de difundir los resultados. No fue una decisión técnica: fue parte del guión. A esa altura, el mapa del país ya se mostraba teñido de violeta y las cámaras estaban listas para registrar la postal de la victoria. Pasadas las nueve de la noche, Guillermo Francos apareció con una visible cara de alegría, un discurso breve y un fondo dominado por los colores del espacio libertario. El mensaje era claro: el gobierno había ganado.
Claro que, cuando se apagan las luces del relato y se disipan las estrategias comunicacionales, quedan los datos duros. Y estos muestran otra cosa.
El gobierno, que el domingo por la noche parecía no haberse erosionado con los continuos escándalos de corrupción (Libra, Espert y Fred Machado, Villaverde, Spagnuolo, el 3% para Karina, entre otros), recibió en realidad solo el acompañamiento de uno de cada cuatro argentinos, resultados que la derecha, en sus diferentes vertientes, no sufría desde 2013. En concreto, de los 35.722.397 ciudadanos habilitados para votar, marcaron al espacio liderado por el Presidente apenas 9.341.798.
Sin embargo, el oficialismo logró imponer la idea de triunfo. Su eficacia comunicacional permitió capitalizar la fragmentación de la oposición y presentar un resultado modesto como una gran victoria nacional. No hubo manipulación de datos, sino manejo de tiempos, símbolos y relato para lograr el conocido efecto bandwagon, por el cual una parte del electorado tiende a alinearse con quien parece ganador.
Esa estrategia funcionó una vez más, aunque deja en evidencia un dato estructural: el gobierno mantiene un apoyo reducido, pero enfrenta a una oposición incapaz de transformarse en alternativa. Hoy no hay una fuerza que logre representar, de manera sostenida, a ese amplio sector social que no se siente identificado ni con el rumbo económico ni con el discurso confrontativo del oficialismo.
El peronismo aparece como la única fuerza con capacidad de liderar un gran acuerdo opositor que desplace al oficialismo actual. No, claro, sin antes revisar las conductas intestinas que lo posicionaron por debajo de uno de los gobiernos con menor índice de acompañamiento desde la vuelta de la democracia. En otras palabras, por ahora no hay motivos para bailar en el balcón.
El domingo dejó una postal engañosa: una Argentina pintada de violeta que, al mirar de cerca, revela más apatía que convicción.


































