
En Temperley, hay una banda que no roba, no canta, no milita. Caza. Son cinco perros que salen de madrugada, como si supieran que el silencio es cómplice. Recorren las calles de 25 de Mayo y Rivadavia con un objetivo claro: encontrar gatos. No los ladran. Los cazan. Y lo hacen con una coordinación que inquieta.
Los vecinos ya no duermen tranquilos. No por miedo a los perros, sino por lo que representan: abandono, impunidad, desidia. “Viven en una casa tomada”, dicen. “Tienen dueño, pero nunca da la cara”. La escena se repite: un gato menos, una denuncia más, y ninguna respuesta.
No es solo una historia de animales. Es un síntoma. ¿Qué pasa cuando el Estado no regula ni cuida? ¿Qué pasa cuando el territorio se vuelve tierra de nadie, incluso para los gatos?
¿Quién responde?
La normativa local exige que los animales tengan dueño, control, y que no representen peligro. Pero en Temperley, la ley parece dormida. ¿Quién se hace cargo cuando la jauría actúa como jauría? ¿Hay responsabilidad civil? ¿Hay mecanismos de denuncia efectivos? ¿O solo queda el posteo indignado en redes?
Imágenes, Diario La Unión