A 9 años del ascenso de 2014 al Nacional B: la pasión según Temperley

“Vamos. No quiero ver como ellos nos dan la vuelta en nuestra casa”, le dije a mi papá cuando el reloj marcaba la hora del desencanto justo en el mismo momento en que Aguirre mandaba un centro al área, Di Lorenzo lo acercaba más al arco y Rojas hacia el milagro del gol en estado puro en la última jugada del partido. Como en sueño recuerdo que grité y grité como nunca en las entrañas de esa noche del 8 de junio que trocaba madrugada del lunes 9 de junio de 2014. Por: Federico Gastón Guerra.

No podía creer esa hazaña que ya estaba instalada hasta ahí en la más grande que recuerdo del amado Celeste. Ya era agonía y fue vida plena. Esa mezcla de: ahora lo ganamos y por ahí no. De tirarse una moneda y no saber si la cara que pisará el rocío del inicio lunes será cara o ceca.

Antes, mucho antes, en la prehistoria de la final mi esposa había horneado una torta casera para vender en la cancha y recaudar para Taekwondo donde va Gastón mientras Emma Celeste de un año y medio tocaba todo y daba vueltas por la casa. Esas mismas que di yo desde antes del primer chico con Platense. Si hasta confieso que no pude ver aquel segundo tiempo de Vicente López por exceso de emoción.

Mi viejo sacó las plateas como una semana antes. Y las charlas de oficina eran ecuménicas con simpatizantes de tantos otros clubes. Pero todo giraba en torno a ese universo que me hacía bailar su música. “Que la historia nos bese en la boca”, le sugerí a mi amigo Carlos Algieri quien me juró que “lo damos vuelta” y festejó mi ocurrencia que tomé prestada, con mis matices, al Nano Serrat.

Y que es a las 21, no a las 22. ¿Pero es lunes o domingo? Es a las 22.10 me confirmaron los portales. ¿Tan tarde un domingo? Pero sin más me alisté desde antes del fin de semana. Ya en día de partido preparé todo pasado el mediodía. Pasé lista: campera del Centenario, bufanda y gorrito de mil batallas ganadas, apenas domadas y perdidas…

El timbre se fundió con el aroma a bizcochuelo recién hecho que se iba conmigo al Beranger por una noble causa. Mi papá, Carlos, llegó unos minutos pasados de la hora del encuentro, pero con dos vecinos. Turdera ya era ciudad Celeste.

Quedó cruzar Finky, confesor de tardes y noches de alegrías y malos humores, y ya desde ahí percibir esa maravillosa música conocida como aliento. El clima era de fiesta grande. ¿Y si se da?, creo que dije por primera vez en muchos días. Mis acompañantes hace rato que venían confiados en que sí, en que iba a ser.

Dorrego tenía cuadras de cola. Mi papá, yo y la torta casera nos sumamos a esa procesión de fe. Y ya adentro no hubo forma de ocupar la platea de siempre. Por esas vueltas conseguimos dos asientos en el ángulo que da a la 9 de Julio y vi el partido al lado de Mariano Campodónico.

No pude escuchar la radio que tenía conmigo. Sí grité en esa entrada del equipo Celeste como si fuera la vida en esos 11 que corrían nerviosos a la mitad de la cancha. Vimos alguna tapada del Gran Fede Crivelli y, antes, un par buenas de nuestro equipo. Pero la frustración se hacía sombra honda en ese domingo que agigantaba su noche.

Y ahí apareció como sol de noche esa ráfaga de Mil y una noches contra las vías del Roca. Esa red capturó por un instante nuestra respiración, sonrisa, trajo el alma y un abrazo con el viejo. Y yo que quería ganar la calle para no ver festejos de juegos mezquinos y agrios del visitante.

Ahí un plateista me dijo, bañado en lágrimas: “Aprovechá ahora que podés abrazar a tu viejo. El mío me dejó hace cuatro años”. Vi, casi sin ver, que en ese grito que sonaba desgarrador levantaba los brazos. Estoy seguro que él también pudo en ese instante abraza al suyo.

¡Penales! Grité como si fuera grito de guerra. Y sabía que esa parada nos era esquiva desde hace tanto. Pero si llegamos hasta ahí como no seguir camino a la gloria. Cada ejecución fue esa misma palabra en el pecho. Crivelli se hizo superhéroe. Como esos que leía en las revistas que me compraba papá y yo pensaba que no existían.

El último tiro lo miré en el grito de la gente que apasionadamente le hizo saber al mundo que nuestro arquero tiene capa y vuela desafiando la gravedad. El abrazo final con mi superhéroe me trajo en segundos aquel cotejo con Central que nos sepultó a un abismo negro sin fondo que nos llevó hasta el límite de una quiebra infame.

Todo pasaba nublado y se humedecían los recuerdos. Lágrimas de felicidad llenaba cualquier copa con el mejor vino de la alegría. Ser del Nacional. Volver al lugar de siempre para seguir creciendo. Era cierto, pero no parecía que fuera a serlo segundos antes del final de 180 minutos de batalla. Épico.

Apenas quedaba resto físico para saltar un poco más y gritarle a todos que la razón es apenas una excusa para, tantas veces, encorsetar la pasión. Y ahí en el abrigo de una insólita madrugada de lunes 9 de junio, desandamos capeando bocinas y felicidad de éxtasis entregada por ese puñado de jugadores que junto al ascenso del amado Temperley nos dejaron una lección de vida. Esa que dice que siempre una más vas a tener. O como los afirmó Almafuerte: “¡Todos los incurables tienen cura / cinco segundos antes de la muerte!”.

*Crónica del Ebook Mañana es Tarde de Federico Gastón Guerra. Editorial El Señalador. Para acceder al libro digital👉fgastonguerra@hotmail.com

1 Comentario

  1. Como siempre nos tiene acostumbrados el Lic F. Guerra ,sus notas son un canto a la vida ,al fútbol y al querido CELE!!!!!

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