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jueves, diciembre 26, 2024
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7 de agosto: quien fue San Cayetano

Reúne casi tantos devotos como la Virgen de Luján, patrona del país. Su imagen está en casi todas las casas argentinas.

La comunidad católica celebrará hoy a San Cayetano, conde de Thiene, cura y abogado, benefactor de los pobres, protector de los enfermos y dispensador de paz, nacido en Vicenza, Italia, en 1480. En la Argentina, reúne casi tantos devotos como la Virgen de Luján, patrona del país: todos los 7 de agosto piden o agradecen su gracia. En menor medida la escena se repite los 7 de cada mes, en memoria del día de su muerte, acaecida el 7 de agosto de 1547.

Su templo se encuentra en Liniers, en terrenos que María Mercedes Córdova donó en 1830 a las Hermanas del Divino Salvador.

Se cuenta que la beata María Antonia de la Paz y Figueroa, fundadora de esa congregación en Córdoba, llegó a pie a la Capital Federal para iniciar en Liniers su labor religiosa, que entre sus obras incluyó la construcción de una capilla dedicada a san Cayetano como segundo patrono.

En 1875 otra más amplia la reemplazó, y en 1900, una tercera, que dio origen a la actual parroquia, porque a la cada vez más grande felifresía local se sumaban los fieles que traía el flamante tren del oeste desde otros lugares.

El nuevo templo, situado sobre la calle Cuzco, tenía un san Cayetano sin el niño Jesús en sus brazos, pero más tarde fue reemplazado por otro, que sí lo tenía. En 1913 se lo declaró Parroquia de San Cayetano y en 1937 se lo volvió a ampliar.

De estirpe nobiliaria y con fuertes dotes intelectuales, Gaetano de Thiene -tal su nombre- estudió filosofía y teología, se doctoró en Derecho Civil y Eclesiástico, se ordenó sacerdote y donó sus bienes a la Congregación de los Teatinos.

”Pasó su vida haciendo el bien”, dicen sus biógrafos; combatió la pobreza, la injusticia y la corrupción; fundó un banco para los pobres; levantó hospitales para enfermos incurables y ayudó a restablecer la paz entre Roma y Venecia, y luego entre España y Nápoles. Su lema fue: ” Nada para sí, todo para el prójimo”.

El 12 de abril de 1671 el Papa lo santificó junto con Rosa de Lima y Luis Beltrán -ambos difusores del Evangelio en Latinoamérica- Francisco de Borja y Felipe Benicio.

Su condición de patrono del Pan y el Trabajo emergió a posteriori, a consecuencia de la crisis mundial de 1929, que aquí desembocó en la revolución del ’30 y se prolongó hasta el ’40. Pobreza, inflación y desocupación, fueron el signo de la época.

Frente a este panorama, el padre Domingo Falgioni, a cargo del templo entre 1928 y 1938, se propuso reavivar la fe y la esperanza en Dios, mediante la intercesión de San Cayetano: realizó una campaña evangelizadora a través del diario católico El Pueblo e imprimió por primera vez la estampa del santo con espigas.

La devoción creció de manera inusitada y pronto proliferaron casas y negocios en torno a la parroquia, dando forma al barrio de Liniers, que bien podría haberse llamado San Cayetano.

Los 7 de cada mes, trabajadores y artistas concurrían a la parroquia a darle las gracias al santo; el violinista Pedro Napolitano, concertino de la orquesta del Teatro Colón, cumplía cada 7 de agosto en acompañar con el violín la misa de once.

Cada año las multitudes se agolpan ya el 6 de agosto, o mucho antes. Surgieron historias y mitos populares en torno a la creencia que el santo intercedía ante la desgracia de no tener trabajo con qué llevar comida a sus mesas.

Cabe la reflexión acá sobre la cantidad de gente en una marcada devoción creciente, signo de las épocas, cuando las crisis económicas crecieron y los agradecimientos por conseguir pan y trabajo fueron se mantuvieron, pero en menos protagonismo.

Pero, ¿conoció sor María de la Paz y Figueroa la obra del santo, entonces ignorada en América? ¿Por qué lo eligió patrono? Posiblemente, fueron los misioneros jesuitas españoles quienes le hablaron de aquel noble que abrazó la causa de los pobres y que tuvo dos veces una destacada actuación diplomática en la guerra.

La primera vez, siendo conde, fue nombrado por el Papa Julio II en un importante puesto en la Cancillería de los Estados Pontificios, desde donde logró evitar la guerra entre Venecia y Roma. Ganó con esto enorme prestigio, pero lo abandonó todo: ” Uniré mi propia vida a la Cruz de Cristo. Seré sacerdote”, dijo.

La segunda vez, fue en 1547, cuando el pueblo de Nápoles se rebeló contra el virrey español y la gente se enfrentó a las tropas de Carlos V en las calles y las plazas.

El cura Cayetano, que había rogado un acuerdo, enfermó gravemente y, sin dejar de rezar, murió a las cinco de la tarde del 7 de agosto de 1547. Pero esa misma noche, sorpresivamente, los embajadores del emperador acordaron una paz justa, milagro que el pueblo de Nápoles le atribuyó a Cayetano.

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