El primero de mayo fue establecido en aquel Congreso Socialista de la Segunda Internacional, en 1889, como una jornada de lucha, de conmemoración, de fiesta, pero sobre todas las cosas, buscando nuclear a las masas obreras y consolidar la pertenencia de clase.
El sentido de pertenencia que tenían los obreros a la clase trabajadora, durante las primeras década del siglo xx, era inversamente proporcional a los derechos adquiridos hasta entonces. Proporcionalidad que se ha ido sosteniendo a lo largo de los años.
A principios del siglo pasado, los trabajadores entendían que debían organizarse para dejar de trabajar de lunes a lunes, con jornadas de 16 a 18horas diarias y conseguir que se prohibiera que los menores de 14 años trabajen, así como también un régimen de protección para las embarazadas, entre tanta otras cosas.
Esta organización era perseguida y reprimida desde el gobierno a sangre y fuego, como aquel Primero de Mayo de 1904 donde el gobierno de Roca mandó a reprimir las marchas obreras, terminando con la muerte de Juan Ocampo, trabajador de 18 años que murió bajo las balas policiales, convirtiéndose en el primer mártir argentino muerto un 1ero de Mayo. No conformes con su muerte, fueron a buscarlo al velorio que habían improvisado los trabajadores, y entrando la policía a los tiros se llevó su cuerpo, permaneciendo desaparecido hasta el día de hoy.
“Era la gran fiesta del trabajo; en todos los talleres del mundo reinaba el silencio; la máquina, ese esclavo de acero de un régimen económico que se ha convertido en el implacable enemigo del proletariado, no rugía; el silbato estaba mudo y el horno estaba apagado. La clase laboriosa, la masa poseedora de la fuerza del trabajo, se exhibía, estaba de fiesta, cruzaba las calles. (…) No es fácil que la provocación haya partido de la clase trabajadora, por la sencilla razón de que esos obreros habían incorporado a sus columnas las mujeres y los niños, que es lo único que constituye alegría en esos hogares, donde muchas veces falta pan y donde muchas veces hace frío” Alfredo Palacios, en referencia a la muerte de Juan Ocampo
Con la ley Saenz Peña y la participación de la Clase Obrera en los destinos del País, se empezaron a conquistar derechos y a pensar un país donde todas las clases puedan coexistir.
Como es natural y dado al grueso de participación electoral de las clases medias y bajas, desde la implementación de dicha ley, sacando los años de la década infame, la sumatoria de votos de los partidos de tinte populares, pensado en términos de representación de clases, oscilaron entre el 78 y 99% (con la excepción de 1963 donde con la proscripción del Peronismo, se consiguió “apenas” un 60% de votos en favor del pueblo).
El sentido de pertenencia y la lucha por los derechos fue creciendo en la medida que se iban adquiriendo los mismos.
Hasta mediados de siglo, teníamos una clase trabajadora consciente de su potencial y constructora de su propio destino, con un modelo de país que los priorizaba y de alguna manera emancipaba.
Con la irrupción del Peronismo en la escena política se obtuvieron muchos derechos para la clase trabajadora, algunos nuevos y otros que se habían sancionado por ley, pero no se habían implementado desde los diferentes ejecutivos.
Pero como dijimos, la participación obrera siempre fue inversamente proporcional a los derechos adquiridos, después de 1946 se empieza a ver una Clase Obrera cada vez menos protagonista de su propio destino. Los diferentes gobiernos Peronistas fueron estableciendo una relación paternalista con los trabajadores, otorgando derechos, adormeciendo las luchas y alejando a los trabajadores de toda decisión política y construcción de una sociedad obrera, relegándola a los sindicatos y las grandes centrales obreras, donde se limitarían a la lucha por condiciones laborales y no ya, a la constitución de una sociedad donde obtengan el protagonismo que se creía merecer por la fuerte participación en el aglomerado social.
Con el paso de los años, los derechos laborales adquiridos fueron naturalizándose, gran parte de la masa trabajadora se convirtió en clase media, gracias a la movilidad social ascendente y se empezó a desclasar gracias a la ausencia de una clase obrera presente que construyera el sentido de pertenencia.
Con la llegada de los ochenta/noventa, los hijos de aquellos obreros que lucharon por sus derechos, empezaron a percibirse Clase Media, abandonado la Clase Obrera, como si no fueran compatibles.
Con su nueva pertenencia, también abandonaron sus viejas referencias políticas, volcándose a gobiernos de tinte más antipopular, llegando en democracia y sin fraude, a gobernarnos expresiones como Menem, Macri y hoy en su máxima expresión, el Presidente Milei.
La Clase trabajadora Argentina ha sido un ejemplo de lucha para la construcción de derechos y la proyección de una sociedad más igualitaria, no obstante, no ha sabido a lo largo de las décadas construir el sentido de pertenencia que le diera continuidad histórica a ese proyecto de país que supo trazar.
El paternalismo que por un lado nos dio, nos quitó esa organización popular desde las bases y hoy tenemos un país con más de la mitad de la población bajo la línea de pobreza, que vota un gobierno pro-empresario, que prometió ajuste, reducción del estado y quita de derechos laborales antaño adquiridos.
Es tarea de las nuevas generaciones reconstruir una nueva consciencia de clase que logre interpretar las diferentes particularidades de todos los trabajadores y se organicen en pos de un país más igualitario y fraterno. Si no lo logramos, seremos la clase trabajadora los responsable de que nos vuelvan a encerrar en las fábricas 16 o 18 horas diarias…